viernes, 18 de enero de 2008

Maestro del oficio


En la escuela de guerra de la vida:
lo que no mata me hace más fuerte.
Friedrich W. Nietzsche




Sin duda alguna uno de los mejores periodistas de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI ha sido y es Julio Scherer García. Hombre de prosa contundente, amante del dato exacto, fiel amigo de la verdad periodística por encima de todas las cosas. A través de su pluma certera la realidad mexicana ha sido interpretada de manera rotunda. La ignominia del poder no lo amedrenta, por el contrario, cultiva su temperamento por ir más allá de las apariencias, por desnudar los laberintos obscenos del poder.

A escasos meses de cumplir la mayoría de edad, Julio Scherer pisó por primera vez los pasillos de Excélsior. Sin haber concluido sus estudios en la Escuela Libre de Derecho comenzó a trabajar como ayudante de redacción en “El periódico de la vida Nacional”. Nadie imaginaba que aquel joven de tan sólo17 años sería un periodista prominente. Fue reportero de la segunda edición de Últimas Noticias, conocida popularmente por los cooperativistas del edificio de Reforma 18 como La Extra.

Fue un tiempo difícil para el joven Julio Scherer que había gozado de una buena posición económica heredada desde tiempos porfiristas. A pesar de las adversidades y a contracorriente de la doble moral establecida en el periódico, sobresalió en el ámbito periodístico anteponiendo principios e ideales que le permitieron gozar de un prestigio incorruptible. Aprendía de todos, así fuera del más vil de los reporteros, para no cometer errores, para no sucumbir en mezquindades obscenas de letras pagadas. Escuchaba fascinado la cátedra del director Rodrigo de Llano, de la “Universidad de la Vida”; veía moverse como pez en el agua al reportero Carlos Denegri, que con el periódico a su entera disposición, alardeaba de su capacidad para el oficio, era innoble su doble acción.

Al cabo de unos años formó parte del grupo selecto de reporteros de asuntos especiales en Excélsior. Allí despuntó su carrera, allí destacó su nombre en el periodismo nacional. De asuntos especiales llegó a jefe de información, su trabajo reporteril lo avalaba, era merecedor de tal encargo y dignamente asumió la responsabilidad. Tiempo después ascendió al puesto de auxiliar de la dirección, junto con Hero Rodríguez Toro, cuando Manuel Becerra Acosta padre era el director general del rotativo fundado por Rafael Alducin en el año de 1917. Después fue subdirector editorial y a la muerte de Fiodor –como le decían a Becerra Acosta padre–, y con el apoyo de un nutrido grupo de cooperativistas, Julio Scherer llega a la dirección general el 31 de agosto de 1968.

A partir de ese año el periódico experimenta una profunda transformación, ya necesaria desde hacía mucho tiempo atrás. Se pintó una raya, se acabaron los viejos tiempos y los viejísimos vicios de las ocho columnas concesionadas, tan resplandecientes en el tiempo de don Rodrigo de Llano; se acabaron los embutes consentidos, pretextados por la anuencia del director. A partir de ese momento la única línea establecida era la libre información de los reporteros y la crítica sin censura de los colaboradores de las páginas editoriales, el alma de Excélsior en ese entonces. Se instaura la crítica constructiva hacía el gobierno en la línea editorial, el apego irrestricto a la verdad. Don Julio defendía a toda costa la libertad de expresión, estaba plenamente convencido de que el gobierno necesitaba una prensa libre y crítica para el funcionamiento serio de las instituciones del Estado, así, el grupo gobernante podría reflexionar sobre los errores cometidos, auto criticarse y lograr el mejoramiento de las tareas pendientes en el sexenio.

“Julio Scherer era (y sigue siendo) un periodista temerario y totalmente curado de espanto” escribe Elena Poniatowska. Bajo la dirección de Scherer, Excélsior se convirtió en un periódico crítico, veraz, en el dolor de cabeza del sistema. Llegó a ser el más importante del país y uno de los primeros veinte diarios más influyentes de América, Europa Occidental y buena parte de Asia. Estaba por encima de El Mercurio de Santiago de Chile. Se codeaba con el francés Le Monde, el español El País, los estadounidenses The New York Times, The Washington Post, The Financial Times, el inglés The Independent. En México era el más leído, el más importante, punto de referencia de la vida nacional, sobresalía como iceberg en el mar periodístico, en el oleaje de la prensa nacional. En su plana editorial confluían las plumas más destacadas de aquel entonces, como Daniel Cosío Villegas, que con su crítica elocuente despertó la ira del gobierno de Luis Echeverría Álvarez. El escritor José Agustín cuenta que la crítica de don Cosío Villegas, que para ese entonces ya había publicado El sistema político mexicano y El estilo personal de gobernar, “…contribuyó al estado de ánimo que llevó a Echeverría a derribar a Excélsior de Scherer en 1976”.

Escribían también Jorge Ibargüengoitia, Gastón García Cantú, Ricardo Garibay, Miguel Ángel Granados Chapa, Carlos Monsiváis, Froylán López Narváez, José Emilio Pacheco, Enrique Maza, Rosario Castellanos, Salvador Elizondo, Abraham López Lara, Francisco J. Paoli Bolio, Raúl Prieto, Alejandro Avilés, Francisco Carmona Nanclares y Vicente Leñero, entre otros más, que también dirigía Revista de Revistas, el primer pilar de Excélsior, y a quien Julio Scherer había traído de la revista Claudia –destinada a las mujeres– para reconstruir el esperpento en el que se había convertido el semanario.

Luis Echeverría peroraba la libre expresión de ideas como matriz de evolución del sistema político gobernante. La libertad de expresión sería el motor principal de la crítica y proclamaba hasta el cansancio la llamada “apertura democrática”. Abogaba por una información libre, sin cortapisas de ninguna índole. Desde su trinchera conminaba a la prensa a informar sin inhibiciones, sin temor a represalias. Critiquen, hablen, juzguen, que trabajaré ante los ojos de la sociedad sin encubrir la verdad, la luz de día será la transparencia de mis acciones, decía. Y el 8 de julio de 1976, la mentira y la traición, la contradicción y el odio, el resentimiento y la cobardía, mancharían el sexenio, contrapunto de promesas, el cinismo de la doble moral en su ejercicio más amplio, fatuo.

Echeverría, señala Scherer, "Prometió un mundo de libertades; la de expresión la primera. A la`postre hizo mofa de sus palabra y el 8 de julio de 1976 descargó un golpe brutal contra Excélsior". Coaligado con Regino Díaz Redondo, director de La Extra, propició la caída del director general en una asamblea que a todas luces era ilegal. Aquel 8 de julio los reginistas se apoderaron del periódico tras una intensa campaña de desprestigio que incluía la calumnia como fuerza de pronta rebeldía. Vicente Leñero califica el golpe como "el más duro golpe de su historia y tal vez de la historia del periodismo nacional", y Carlos Monsiváis como "un hecho ignominioso y extraordinario del periodismo en`México".

El golpe no acaba con Julio Scherer y el 6 de noviembre del mismo año funda la revista Proceso, junto con el grupo de cooperativistas y colaboradores que en solidaridad abandonaron Excélsior el mismo día que él. Los días precedentes a la fundación del semanario se caracterizaron por las amenazas y la ignominia del gobierno. Bajo el acoso echeverrìsta vio la luz el primer número de Proceso en un hecho que debe calificarse como triunfo del periodismo nacional sin concesiones

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